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ANAQUEL
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Actualizado: Martes, Junio 11, 2024
   
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Anaquel

ANAQUEL DE TEMAS PUBLICADOS

 
MISIÓN...
 
 

Iba a subir a una combi de transporte urbano luego de que yo lo detuviera en un paradero. Abrí la puerta del vehículo, la que está al costado del conductor, justo, en ese momento, cuando iba a sentarme, sentí un terrible cosquilleo dentro de mi oído izquierdo. Imperiosamente metí mi dedo meñique para mitigar esa impertinente sensación que desestabilizó mi ánimo sereno.
El chofer del vehículo, ni bien me miró, se metio también uno de sus dedos en su oído y me imitó. Su mirada mostraba una ira contenida.

No logré someter el terrible escosor de mi oído, seguía tan intenso, como nunca antes lo había sentido. Y el dedo más pequeño de mi mano volvió con su intento renovado de curar ese malestar diabólico. Muchas veces antes había yo sentido un picor, pero ninguno como este, y si estaba en público el pudor me contenía y dejaba que simplemente pasara.

La quemazón de mi oído disminuyó en gran medida luego de este segundo intento, y en la yema de mi dedo curativo pude ver al causante de toda mi desdicha momentánea: un pequeño trozo aplanado de cerumen que se había desprendido de alguna parte de la bóveda muy cercana al tímpano mío.

El conductor de la combi me imitó nuevamente. Y, no paró aquí, sino que reanudó un nuevo esfuerzo por contener su inexistente malestar auditivo. Y, mientras duró el viaje, estuvo intermitentemente zarandeando su pobre oído.

En otro momento, cuando viajaba en otro vehículo, ya no de transporte urbano, sino que de tráfico interprovincial, miraba yo por la ventanilla el conocido paisaje que se deslizaba ráudamente hacia atrás, sentí un escozor en la punta de la naríz. Me rasqué la naríz y el señor que iba a mi lado, en el asiento contiguo, también se rascó la suya.

En casos como este, cuando un escozor es el protagonista que estimula mi reacción de buscar alivio, suelo hacerlo con mesura, con disimulo, y pese a ello, fue detectado por el avizor ojo de mi vecino. Su actitud mostraba fastidio.

La punzada de la parte más sobresaliente de mi cara desapareció, se fue como por encanto, pero el señor de al lado, como si fuera una autómata programada, se rascaba la suya una y otra vez.

Mientras la cinta amarilla del costado de la carretera se enrollaba, a espaldas de la minivan, en un carrete de distancia consumida, Demofoonte, de Christoph Gluck, brotaba de las líneas blancas de en medio de la carretera como si estas fueran teclas de un piano interminable.

En otro momento, cuando me encontraba caminando por la ancha vereda de la calle más cercana a mi hogar, sentí un inesperado deseo de evacuar el contenido que se acumulaba en mi boca. Unos momentos, antes de salir yo a la calle me había cepillado los dientes, pero no me había enjuagado bien la pasta dental y mis papilas salivales se esforzaban por aislar ese excedente. Vi un arbusto cerca a la vereda, fuera del alcance de una mirada desde otros ángulos de la calle, miré en todas las direcciones, la calle estaba vacía, ningún alma a la vista y solté la fastidiosa masa líquida sobre la inculta yerba que la absorvió de inmediato.

Más tarde ya, a mi vuelta a casa, luego de haber paseado, como lo tenía acostumbrado en esos días, justo al subirme en el vehículo que iba a regresarme a casa, un tipo entre la gente que esperaba otro vehículo, escupió en delante suyo una gruesa sustancia lechosa que salpicó sus zapatos.

El fastidio de las tres personas, es explicable desde el punto de vista psicológico y orgánico. Ellos han programado a su organismo, específicamente a su encéfalo, gracias a los estímulos externos recibidos en oportunidades anteriores, una forma de acción y reacción inconveniente para sí mismas. El encéfalo nuestro, una maravilla orgánica compuesta por múltiples partes que a la vez se subdividen en parte más pequeñas, posee centros específicos encargados de enviar y recepcionar mensajes que dan forma a nuestra vida física y psicológica; algunos de estos centros son esenciales para nuestra vida física y otras para nuestra vida psicológica o combinadas para ambas. Los estímulos venidos del exterior pasan por varios tamices, partes encefálicas, varias de las cuales retienen en su memoria química, lo aprehenden momentánea o permanentemente de cómo los aceptamos; el persistente estímulo venido del exterior puede gravar permanentemente la manera de cómo percibimos las sensaciones y recordarlas en el momento apropiado.

Para mí, no es nada extraño encontrame con personas que se sacuden las orejas o se tocan la cara, lo veo cada vez que salgo a la calle y mientras camino. La mayor parte de estos tocamientos no son naturales, son forzados, excepto los salivasos, todos forzados.

Los conceptos que vierto, deben de entenderse en su total amplitud cuando digo que, desde un buen tiempo atrás, años hacen de esto, que mis movimientos diarios son vigilados furtivamente. Es normal que una persona, en su vida diaria sienta alguna comezón o alguna pequeña necesidad, como aclararse la garganta y tenga que hacerlo sin ningún inconveniente, pero para estos individuos, en algún momento esos actos normales míos se convierten en una agresión que los saca de sus casillas y optan por una «venganza».

Es evidentísimo que mis acciones les causa terribles sufrimientos, de lo contrario no montarían semejante desenvolvimiento humano como para ponerse en delante mío y ejecutar su «venganza». Actitud esta, que a mí no me afecta, porque he enseñado a mi encéfalo, a esas partes tan importantes que controlan las emociones y sensaciones mías, a mantenerse serenos siempre. Es posible esto con una disciplina apropiada.

He visto en estas personas, que alguna veces optan por sonreír cuando ejecutan su acción justiciera, pero no me engañan, porque la sola acción que hacen demuestra su debilidad y sufrimiento. Me está diciendo que esa accíon, como por ejemplo, la del rascado de la naríz o de la cara hecha por un semejante, les causa inconvenientes psicológicos que no pueden controlar voluntariamente. Por mi parte, yo nada de eso lo hago para castigar, no lo hago intensionalmente, incluso trato de evitarlo.

En este punto, traigo también otro ejemplo para sumarlos a los vertidos más arriba, porque me parece pertinente: Un día de esos, cuando yo me dirigía a mi casa después de haber hecho algunas compras en el mercado, a tan solo algunas pocas cuadras del paradero donde yo me apeo, el vehículo en el que viajaba se llenó del olor de una flatulencia. Estoy seguro de que esta emanación partió de una señora gorda que subió a la combi hace muy poco; había varias personas sentadas en sus asientos, entre las cuales ella se escondía, se confundía. Ya otra vez había sucedido algo así, y en esa ocación también fue una mujer y también obesa, la que se puso nerviosa, pues era la única pasajera aparte de mi persona.

¿Cuál es la razón de este despliege carente de inteligencia? Las mismas razones que han movido sus acciones anteriores: El miedo, la ira, el orgullo, el masoquismo, el sadismo, la desesperación, y otros varios defectos psicológicos que han cultivado diligentemente dentro de sí, en vez de evitar que se apoderen de su voluntad.

Algunos días antes de este estos sucesos, había yo viajado a una localidad cercana a la ciudad donde vivo y había tomado un gran jarro de frutas licuadas en la mañana. Me gusta el licuado de frutas y lo consumo un tanto espeso, como una mazamorra y, ese día, lo había acompañado desacostumbradamente con proteínas, trozos de carne, y pequeñas cantidades de otros alimentos, los que produjeron en mi sistema digestivo un funcionamiento poco habitual. Mis intestinos gruñían forzados a una actividad inusual y me pedían, por momentos, que yo saliera fuera de la tienda en la que me encontraba en ese momento para aliviar las presiones expansivas que se sucedían en sus interiores.

Suelo ser discreto en estas situaciones, buscar el momento y el lugar apropiado para no incomodar a nadie. Y, esa vez así lo hice, pero se nota que no fue exactamente así, no fue un secreto mío, alguien más lo había sentido, alguien furtivo que no perdía detalle de lo que yo hacía en ese momento; no existe otra explicación.

Este evento de efluvios descarriados, trajo consigo una operación de los que tienen acostumbrados esos tipos de ilegales reglajes y seguimientos, una operación que se me ocurre llamarlo «Misión Flatulencia».

No tengo ninguna duda de que los integrantes de esta operación coordinada, son personas con grandes problemas psicológicos, con una salud mental en continua decadencia. Se nota que para ellos son normales esas actividades que buscan someter a las personas en una prisión de intimidación y humillasión, cosa que conmigo no va, no funciona y dos de las razones es porque yo no permito que se posecionen de mi encéfalo ni lo hago intensionalmente, jamás lo permitiré, jamás lo haré. Es evidente que a todos ellos les molesta, en un grado atroz, una acción parecida en contra suya sea esta voluntaria o involuntariamente.

Es obvio que estas personas poseen un conocimiento menos que básico sobre la psicología humana y, por lo que he podido advertir en ellos, un conocimiento simplemente básico en lo académico.

Aparte, me sorprende que estos personajes hayan convertido como arma algo tan simple, como una combinación gaseosa producida por micróbios aerobios y anaeróbios. Sí, en la conbinación de una ventosidad, existe nitrógeno, hidrógeno, dióxido de carbono, metano, ácido butírico, azufre, sulfuro de hidrógeno, disulfuro de carbono, etc., nada extraño de la naturaleza, nada extraño para un químico o bioquímico.

No me molesta que esos individuos lo usen en contra mía, pero eso no es óbice para que ese comportamiento, de intimidación, humillación y otros componentes que al final superan la violencia, se manifieste de manera funesta en su hogar, con su pareja, con sus hijos, con sus familiares, con la sociedad. La persona que manda y la persona que ejecuta, y todos aquellos de ese entramado de desavisados individuos, poseen las mismas características sadomasoquistas que hacen de su vida un triste episodio que bien vale modificar por algo útil a la sociedad.

Sé que estas actitudes nada aconsejables proseguirán si ellos no enseñan a su encéfalo a procesar los estímulos de otra manera. Tienen que modificar voluntáriamente los aminoácidos defectuosos que han acumulado en las partes dolorosas de su encéfalo, es posible, pero no es fácil y menos cuando se consolidan con el tiempo. Nadie más que el propio individuo tiene acceso a su propio encéfalo, el asiento de la psicología suya, y puede producir modificaciones momentáneas o permanentes allí dentro.

 
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La naturaleza, en sí, es nuestra propia naturaleza. Todo lo que vemos en nuestro entorno cercano y en el lejano, lo tenemos dentro nuestro. Sí en nuestro interior hay miedos y dolores, allá afuera, pondremos de nuestra parte destrucción y muerte. Un interior lleno de amor y cordura, entregará paz y salud.
 
Cada acontecimiento nuestro no es otra cosa que Filosofía que se escribe constantemente gracias a aquella fuerza permananente que nos empuja a actuar, fuerza a la que llamamos vida. Todo lo colocado sobre la superficie del planeta en que vivimos actúa de acuerdo a las lineas escritas desde un principio por la genial mano de la vida. Además, podemos añadir, aquí en este libro de la vida, algunos versos propios, versos que pueden fluir líbremente como el agua; allá calmará la sed o se convertirá en la atmósfera que respirarán otros seres vivos. Es posible desmenuzar estos versos, pulverizarlos en pigmentos y con ellos untar sublimes telas.
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