Un colibrí es el sutil silbido de una flor. Una flor suena de mil maneras, suena como un colibrí lo mismo que como una mariposa; suena como una gota de rocío lo mismo que como una gota de ámbar; suena como la mano del hijo o la del enamorado... Hay tantos sonidos de esta índole que se desprenden sutilmente como el perfume de una flor. Sonidos que las brisas inteligentes suelen llevar en la dirección correcta.
Me encontraba en la casa de una de mis tías, justo en la cocina. Ella había salido para su otra casa, distante a muchos kilómetros, y volvería en una semana. Era verano, en una ciudad costeña, y yo me encontraba en esos días que mis amigos llamaban vacaciones universitarias. ¿No son, las vacaciones, un estado mental? Por mi parte yo vivo en una vacación permanente.
El agua hervía en la olla que yo había colocado minutos antes sobre el fuego. De algún mueble empotrado en la pared que allí había, saqué algunos comestibles crudos y los metí en la olla. Cogí alguna bolsa que encontré en un estante y tomando algo de su contenido también lo metí en la olla. No sé cuántas cosas más hice. hata que tapé la olla y luego me puse a esperar que cociera... algo que luego llamé "almuerzo". Finalmente, apagué el fuego y viendo que lo que había en la olla no tenía ningún atractivo de los que solía ver cuando cocinaba mi mamá, decidí hacerle algunos adornos con lo que llevaban en su interior algunos frascos de plástico y otros de vidrio que habían en el estante empotrado en la pared, los cuales tuve que aplastar para que sus entrañas semilíquidas fueran a caer sobre la reluciente combinación cocida.
Serví ese cocido en un plato y me lo comí. No estaba ni remotamente agradable en comparación con todas aquellas comidas que ingerí en otras oportunidades. Pero en fin era comida y tuve que sentirme satisfecho.
En la noche seguí el mismo ritual de cocina del medio día. Y para variar, a la comida ya lista, le añadí el contenido de una botellita que no había utilizado en el mediodía. Esta vez lo que tuve que entregarle a mi lengua y mis papilas gustativas estaba tan agria que hice un esfuerzo increíble para enviarlas hasta mi estómago.
Soy de las personas, aunque creo que soy el único espécimen humano, que no puede diferenciar un plato de comida de otro. No los puedo diferenciar por sus nombres ni por su textura pese a haberlos visto y degustado varias veces. El menú de un restaurante es ininteligible para mí.
Me contento con saber que cada plato de comida no es más que una combinación de proteínas, carbohidratos, lípidos, aceites, vitaminas, aminoácidos y que mi estómago e intestinos los reducirán a su mínima expresión, para alimentar hasta el último rincón de mi anatomía física.
Soy una nulidad en preparar un plato todo lo contrario de lo que fue mi madre. Ella en algún momento de su vida, tuvo un restaurante muy cerca al mar y cada comida que preparaba sabía a gloria. Creo que ella tuvo como comensales asiduos a los dioses del Olímpo y de todos los Panteones. Tengo la sospecha de que todos los dioses esperaban su turno, en fila, ante sus mesas. |