Tiro de la silla y me siento en ella. El almuerzo está preparado, sobre la mesa. El aroma que despide el plato, en realidad, la olla donde he terminado de preparar los alimentos de la última comida del día, huele delicioso. Mis papilas gustivas que han estado inactivas, por largas horas, muchas horas, de paladear y gustar proteínas, empiezan a salibar con delicada moderación, nada de apuros.
No, no uso platos, no es necesario, soy la única persona que cocina en casa para sí misma a tan altas horas de la noche, muy cerca del amanecer. Digo almuerzo porque salté de la cama al medio día, y el desayuno lo tomé unas dos horas después; una acción mía recurrente de los últimos años.
Tengo la cazuela en frente, y blando la unica cuchara que hay en la cocina. No necesito un tenedor, una cuchara es más que suficiente y es innecesario un cuchillo en la mesa, en su remplazo uso las manos si es necesario. Así, listo para engullir el primer bocado, entorno levemente los ojos.
—Padre, mío —digo con un susurro a flor de labios—. Madre, mía. Bendigan este alimento. Bendigan este pescado, este arroz y todos sus demás componentes.
El Geómetra del Universo, Dios, es Padre y Madre al mismo tiempo. Es masculino y femenino a la vez. Uno crea e inicia, y la Otra mantiene y renueva permanentemente.
—Bendigan a todas aquellas personas que hicieron posible la llegada de estos alimentos a esta mesa. Benditos todos aquellos eventos que hicieron posible la llegada de estos alimentos hasta esta mesa.
En el silencio de la habitación, ambientando la escena hogareña, un ingrávido gramáfono etéreo deja fluir una brisa perfumada por El Concierto de Piano Nº1 del genial Thaykovsky. El gramáfono, es cristalino como la esencia de lo real.
A mi magín acude aquel momento en que compré el pescado. Recuerdo a la vendedora del mercado que amablemente me lo vendió. Evoco a aquellas otras personas que están detrás de ella, varias sin duda, desde el pescador que lo sacó del mar. Todas actuaron con laboriosidad en su intrincada red de servicio humano.
Y el pescado, la fuente de proteínas tan necesarias para mí, colocadas allí, en el mercado, en las manos hacendosas de la dama que me lo entregó después de pesarlo y trozarlo, es el resultado maravilloso de una infinidad de augurosas circunstancias sucedidas a través de los tiempos. Es un evento matemático de innumerables, infinitas circunstancias entretejidas que finalmente me involucraron directamente
Circunstancias, estas, aparentemente azarosas y casuales, se mueven por leyes de causa y efecto al igual que con todas las especies que actualmente interactúan en el planeta, sea en la tierra, agua y cielo. Así como no hay nada de casual en la gestación, nacimiento y desarrollo de cualquier individuo humano, que todo está determinado en el intrincado interior de su genoma, lo mismo sucede en los compartimientos de la vida universal.
Y la vida no es simplemente un hecho de acontecimientos físicos, también lo es de aspectos psicológicos. Todas las especies, donde está incluido el Homo sapiens, poseen esta característica, la psicológica, inherente a su aspecto físico. Nada hay sin vida psicológica, nada está exento de vida psicológica, desde los priones y virus y el diminuto ser unicelular que habita en su respectivo nicho biológico donde los humanos no pueden hurgar con los ojos desnudos.
Hay algo, además, inherente a los seres vivos, un componente mucho más sutil que su vivencia psicológica, es aquello que permanece más allá de la vida física y psicológica las cuales decaen en algún momento de la vida de un individuo de cualquier especie, la cual ha tomado diferentes nombres en las diferentes civilizaciones que han precedido a la actual y en la cual hemos decidido llamarle Alma. Esta es, además, la previa puerta que da acceso a algo más sutil todavía que podríamos llamar Espíritu, esa Potencia de cada individuo que tiene la facultad de comunicarse directamente con el Padre, Madre e Hijo que en suma es Dios.
No me considero religioso ni estoy dando una clase de religiosidad. Simplemente estoy afirmando la superficialidad de la cruda realidad que debe ser verificada y experimentada por cada individuo en lo profundo de sí mismo.
Somos criaturas múltiples, de múltiples anatomías, una de otra diferentes en sutilidad. Pero nada se nos da gratuitamente, y esas múltiples anatomías tienen que crecer voluntáriamente, desarrollarse conscientemente, pues son embrionarios en un princípio. Si los tuviéramos desarrollados viviríamos en el infinito de las maravillas, realmente interactuando cara a cara, como dos individuos, con lo que llamamos Dios. La diversidad es la unidad.
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