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POEMA
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Actualizado: Martes, Junio 11, 2024
   
Raúl Huayna20
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Raúl Huayna21
Muestra de Poema
BURÓ DE POEMA
 
QUIETUDES
 
 
1.- GAJOS DE MINUTO   2.- ADN

Llegué al dintel de ese portón;
grandes clavos de metal guarnecían
sus pesadas hojas de cedro.
Un león con oxidados rasgos de furia
me miraba desde la aldaba.
Golpeé esa aldaba.
Un sonido intenso,
vibrante,
con misterios en su eco,
se deslizó hacia los huecos interiores
de grandes compartimientos
que yo nunca había visto.
Una de las hojas del portón cedió,
nadie la abrió,
solo la casualidad,
sus oxidadas bisagras chirriaron
como garras arañando el metal.
Me invité,
yo mismo,
a pasar.
La pesada hoja
volvió a su lugar de siempre,
nadie la cerró,
solo la causalidad.
Caminé,
mucho caminé es ese interior de negras bóvedas.
Mis pasos sonaban a silencios,
a ingénitos atrevimientos,
mientras los manojos del tiempo
dejaban volar sus semillas como dientes de león,
semillas que germinaban por el camino
como relojes de arena.
Tomé una de estas jaulas,
la llevé conmigo;
en su interior,
los minutos y las horas languidecían
queriendo huir como animales salvajes.
Llegué hasta un muro hecho de relojes,
la obra de todo osado que había venido hasta aquí.
Había un espacio hueco
donde debía colocar el reloj mío
y cerrar definitivamente el muro;
no lo hice:
¿Qué hay tras el muro?

 

Es invierno
y mis alas extendidas no se dan reposo.
No hay descanso para mí,
no mientras mis cuarteles de la estación fría
estén aún lejos del camino.
Por hoy,
por ayer,
por mañana,
mis alas están en lucha contra la ilusión
del sueño;
antes de ayer
y después de mañana,
el descanso es una utopía.
Volar puedo,
no otra cosa,
y compito contra el viento
en una carrera de largo aliento
que yo gano hasta hoy.
No tengo memoria
para saber cuando empezó esta epopeya;
no sé cuando acabará,
pero sé que saldré ganando de todas maneras.
Exento de dolores voy,
no los conozco;
el motor mío,
en mi intrínseco pecho,
es la medicina del sonido de mis desplegadas alas.
De tanto en tanto mi mirada
se levanta al insondable cielo,
y allí están las cintilantes brújulas marcando el derrotero.

Una pregunta y la habitual respuesta.

 
 
3.- AYER   4.- PALEOLÍTICO

Me deslicé entre las sombras,
llegué a la orilla del manantial.
Había en la orilla cuatro herbívoros,
y bebían su sed en gruesas bocanadas.
Me arrastré sobre la yerba,
el silencio convirtió en piedra erosionada
cada paso mío de depredador.
¿Qué especie de presa tenía en frente mío
dispuesta para mi festín?
¡Qué importa,
toda carne me es útil!
Me detuve un momento
cuando uno de los cuadrúpedos olfateó la brisa.
Me aplasté contra la grama,
esperé un segundo
mientras mis poderosas extremidades
se tensaban para saltar.
La sed insatisfecha,
en mi presa elegida,
le hizo volver el garguero al agua.
Aún puedo acercarme más a la delicia
que me hacía lamer las fauces,
no pude evitar el escape de crueles gotas de saliva.
Gruñí en silencio
cuando adelanté dos pasos más,
y la distancia,
ahora,
hacía imposible cualquier error.
Salté de mi escondite
con las zarpas por delante.
Los nerviosos músculos de mi presa
la catapultaron por los aires,
y su negra imagen que contrastaba con la claridad
del día que ya se despedía en el horizonte,
quedó grabada,
para siempre,
en las retinas de mi cámara fotográfica.
La ágil carne de mi víctima
hoy luce amarillenta en su daguerrotipo.

Café derramado sobre una hoja de papel.

 

La cueva del anochecer
no es la misma que la del amanecer.
A una se llega
y de la otra se parte.
En una se pinta la caza
y en la otra se está en la caza.

Lo del día está escrito en las paredes
con el hierro de la sangre,
con el cromo de los huesos,
con la linfa de los sesos.
Lo de la noche divaga en la cerril sabana,
rugiendo la fiera bípeda
en la vigilia del coloso cuadrúpedo.

No hay asueto al anochecer, ni al amanecer,
salvo la enfermedad
que yace presa en su rincón del tiempo
para emerger en el ocio.

La desnudez mía no la conoces,
la tuya no la conozco;
es para cuando las feromonas
hayan perdido su fuego
y los sentidos avasallados
gusten de las cenizas muertas.

Dos individuos. Uno que se va y otro que viene, en la relatividad cuántica de dos tiempos distintos.

 
 
5.- CHUBASCO   6.- ALGO... OLVIDADO

Me puse a caminar.
La inmensidad del camino
aún no mostraba huellas humanas,
solo las mías me seguían,
de una en una,
de par en par,
de trío en trío.
Solitarias o en grupos,
rezagadas como de ordinario.

¿Cuánto habían caminado, mis huellas?
Tal vez más,
tal vez menos de las que yo había dejado;
pero venían o se alejaban a voluntad,
¿quién era yo para enjaezarlas?

Ellas,
algunas veces se habían detenido,
otras, habían caminado en derredor...,
sí en círculo,
sobre tierra, aire y agua,
las mismas, andando, volando o nadando;
marcadas en la propia arena
sea esta sólida, gaseosa o líquida.

Ellas,
han dado la vuelta a los anillos de Urano,
ya varias veces,
bajo la nieve de helio y metano.

Una aurora polar, flameando, alrededor de una gota de agua. Cierra los ojos, así de simple, y la lluvia de estrellas será abundante. ¡Cielos, no puedo despegar los ojos... para volver a cerrarlos!

 

Me pides cuidar tus infiernos
y bien he visto que posee una puerta
de la que salen mariposas volando.
Oscuridades hay allí
de la que salen tétricos espantos
gritos desafinados que en realidad son gorgoritos
de la alegría.
Soy severo ¿sabes?
lo que me pides será inexorable
y si tengo que morder tus entrañas
para arrancar la tripa del miedo,
será así porque me lo estás pidiendo
con un ruego.
Puedo morder la vida
y tragarme ese mendrugo
con los huesos tuyos que aún no conoces.
Hay calores en la médula
y me gustan en ahíto,
calores que el tiempo decanta
en los rincones olvidados
y allí husmeo buscando
el carbón que el tiempo convirtió en brillante.
Seré inflexible cuando quieras dejar ese antro
sin madrugadas y pajarillos que las canten;
flautas hay allí
que traen el sonido de lo profundo del cielo
y gritan mi nombre
aquel que habla de los terrores de lo ajeno.
No tengo alegrías
y no conozco la tristeza,
no las busques en mí,
búscalas en ti
y allí estaré agazapado
para atrapar lo que tengo que devorar.

Lo fue cuando el lobo se arrimó a la puerta de la domesticación. Lo es cuando el lobo mira a través de los ojos de un can.

 
 
7.- SILLAS   8.- NIEBLA

Talé un árbol.
Me rodearon muchos niños,
llorando;
sus blancas ropas,
cenicientas,
recordaban a espantosos incendios.
Las carnes del coloso
aun sangrantes,
untaban mis manos;
y sus coágulos se hundían en la tierra
y sus aromas se hundían en el aire.
El tiempo es inflexible,
en minutos de eternidad absorbió todo del coloso,
dejando solo sus huesos.
Huesos que cargué en mis lomos;
lomos que siempre están dispuestos a arrastrar
la vieja piedra que el tiempo ha puesto
en el fondo de la cañada
y que yo la llevo hacia la cumbre
simplemente porque sí.
La piedra que volverá a la cañada
resbalando de la cumbre.
La piedra que volveré a cargar de vuelta.

Los niños lloran,
cuando levanto el marfil del coloso;
lo llevo a mi despacho.
Haré con él una silla.
Los llantos de los niños me siguen
por la larga senda que va hasta el corazón
de las miserias.

Mi silla,
un trono,
de marfil,
puesta a la vera del camino
para ver el desfile de los dolientes niños.

En su puerto, la nave, cargada hasta el tope, espera por la tripulación. En el negro cielo hay muchas sendas; una de ellas está abierta hacia la estrella elegida.

 

Una flor en el jardín,
perfumada con el olor de la noche.

Pasos van,
pasos vienen,
goteando de un caño no bien cerrado,
del caño del cielo.

La flor,
una gota de lluvia colgando de un poste.
Una docena de gotas de lluvia,
son otras tantas flores
colgando del tallo de sus postes.

Las flores son faroles
que dibujan el perfil de la calle.

Los pasos,
pasos míos;
y pasos,
muchos pasos no míos,
van por la calle.

Los faroles también se pasean
por la calle,
discretos,
con mesura.

Pasos míos,
pasos de la gente
y pasos de los faroles.

Los pasos míos no suenan,
y los de la gente tampoco.
Los pasos de los faroles
son sonoros golpes de raíz;
retumbos de sonar en las tinieblas.
Los pasos míos y de la gente
suenan a distancias;
los de los faroles
suenan a horas en los rincones de los relojes.

¡Qué va!, decido distanciar mis pasos
de los pasos de la gente.
Sigo los pasos de los faroles.
Cuando los pasos de la gente
se pierden en la distancia,
mis pasos hacen tic tac.

Luces que golpean las piedras de los caminos, erosionándolos. Luces que convierten, las losas de los caminos, en cantos rodados.

 
 
9.- CORAZÓN   10.- PRIMAVERA

Una gota de rocío en la negra noche del infinito,
huellas hay en ella,
de pasos,
de muchos pasos.
Las fieras han hincado aquí sus garras,
los bóvidos sus pezuñas,
las aves sus aletazos,
también mis pies.
Tantos rastros buscando una metamorfosis venidera,
y en medio de ellos los míos
caminando entre los bosques
de las ciudades que ya no son.
Toda boca roye algún hueso,
sea de sangre o de savia, y,
aquellos que comían el dolor de otros,
han desaparecido enloquecidos
por sus propios miedos.
El asfalto reducido a humus
aún conduce vehículos de esperanza
hacia el poniente,
pues el levante ya no existe.
Todo río va en la misma dirección de todo camino,
sus aguas respiran alegrías,
la turbidez ha sido sellada en la matriz que la paría.
Todo puente ya no existe,
nada lleva al pasado,
nada lleva al futuro,
para avanzar es menester construir nuevas vías.
Alas hay para volar,
aletas para nadar,
rodillas para caminar;
deben ser domados primero.
Allá voy,
en medio de todo
y en medio de nada,
exultando un mantra.

Cayó de las nubes. Es un cristal engarzado en el pétalo de la mañana. Antes, el cielo había escarbado en lo hondo de la tierra y, de allí, luego de haberlo encontrado, y extraído, lo ha cortado y pulido.

 

Me mira,
la miro,
es así cuando llueve.

Los pedazos de cielo
viniendo desde los graneros
de la estación del aguador,
se hunden en la tierra.

La flor que nace entre el verdor,
rompe la superficie de la muerte;
y toma la inmensidad de la vida.
Al mediodía.
cuando todo color
radia fragancia,
está ahí,
susurrando un himno a la alegría.

Tengo los pies hundidos
en el agua sin exceso.
La flor simplemente sonríe,
como toda flor que alimenta la semilla dentro de sí
y tiene los pies hundidos en la misma agua.

La música se nutre de vivencias, de sentimientos, de sabiduría. La danza, toma un aliento para darle armonía a la rotación de los planetas.

 
 
11.- TERCER OJO   12.- TORBELLINO

La montaña más alta
ha sido mi objetivo.
Allá estoy,
cuando la tormenta arrecia.
Levanto mis manos al cielo,
de allá arriba viene un inmensurable rayo
que atraviesa mi cuerpo.
El rayo golpea
todo lo que hay de hierro en mí
y lo licua.
Licua mi mente,
licua mi voluntad,
licua mis pensamientos,
licua mis anhelos,
licua mis sentimientos.
Licua mi sangre,
licua mis huesos.
Licua mi historia,
licua mi pasado,
licua mi presente,
licua mi futuro.
Licua mi Dios,
licua mi Ángel,
licua mi Diablo,
licua mi Demonio.

La tormenta brota del bambú.

Domingo de fiesta autóctona. Palpita la música en el gong del corazón de la tierra.

 

Un árbol
es mi libro.
Acerco mi silla
a la mesa donde crece mi libro.
Lo hojeo,
voy al capítulo
que leí la vez pasada.
Una oruga
que camina
en una hoja
que no busco,
es la protagonista del momento.
A la oruga le gusta
la vela que alumbra la mesa,
a estas alturas,
aún cuando no tiene alas
ya le gusta la luz,
y saltando de la hoja va en su busca.

El frío de la noche pasada solidificó cierta música que yacía en unas vasijas y ahora el calor del día lo licuará con las horas.

 

 
 
13.- SUGIERO   14.- SIN COMA

Caminar, simplemente
como una ráfaga de élitros y alas de cristal
en los labios de los mantras.
La campana ha sonado
a vida,
a rumbo,
a destino.
Las piedras de la colmena
están llenas de miel
y beberla haz cuando suenen las horas
donde las palabras suenen a amor.
Levanto las hojas secas
que los árboles dejaron caer,
cuyas hojas han pasado por la imprenta
del cielo y sus versos azules
también están escritos
en las hojas verdes.
No hay brisa,
ella ha callado
y en mis manos, ese silencio,
se han convertido en mariposas
cuyas alas escritas
tienen los mismos versos
de los árboles.

Las hojas vuelan
y se meten a cada biblioteca.
Las alas vuelan
y se llegan a todo jardín.
Las hojas y alas, en fin,
están allí, sobre la hierba
declamando lo obvio.

En la plaza principal de una ciudad. La inamovible reliquia de piedra de siglos pasados.

 

¡Ah!, mis costillas blancas,
que yacen tiradas sobre la orilla cualquiera,
han sido roídas por los perros del tiempo.
En ellas están mis aspiraciones,
aquellas que aún me faltan completarlas.
Para mañana será,
ya sin el estímulo del vigor,
cuando tome la rueca
para hilar la red nueva.
En el recuerdo está mi fuerza
aquella que venció a la tempestad,
que tundió el cuello del hielo invernal,
y bebió de la fuente de la lluvia.
Ya solo consejos puedo dar,
soy el polen que debe nutrir la raíz,
la voz del infante, imitado.

Huesos junto al agua que corre por el cause de la erosión. Los guijarros blancos, de aquellos huesos que vencieron al músculo. Todo lo demás permanece.


 
 
15.- BISAGRA   16.- RENGLÓN

Mordí una manzana,
la mastiqué.
Era tan igual que dar la vuelta a la ciudad,
corriendo,
bajo la lluvia de madrugada.
Sabía a sudor,
a sal,
a calles repletas
con textos que la lluvia
garabateaba en el pavimento.

Mirando un ojo cuando duerme. Allí adentro de esos líquido vítrios, hay sombras que viven vidas que no son suyas, lo que la ficción colocó en el libreto del día. Hay luces en el corazón de la metamorfosis.

 

Libros en el atril,
enrumados
a mi izquierda.
Libros en el atril,
ordenados
a mi derecha.
Libros leídos a mi izquierda.
Libros por leer a mi derecha.
Libros escritos a mi derecha
Libros por escribir a mi izquierda.

Gruidos densos al borde del acantilado. Guijarros a punto de desprenderse de sus ramas erocionadas. El fruto del tiempo maduro.

Me llego al mar y mirandolo, arrojo una de las piedrecillas del acantilado a las movidas aguas. Es perfecta esta piedrecilla, redonda como las esferas de mis ojos, y se zambulle hacia las profundidades. Debo decir que tengo muchos ojos en las amnos, toda esfera que la erosión colocó al borde de la aventura escrita...

 
 
17.- DENSO   18.- ENTRECEJO

Subí una grada,
y muchas gradas más.
Al final,
en la cúspide,
florece una rosa.
Sus pétalos de fuego
compiten con los del sol que arden
en algún lugar del cielo.
La rosa entera es un torbellino de fuego,
rota como el mismo eje del planeta.
Cada pétalo es una llamarada ondulante
y fluye,
y fluye como la savia carmín
bombeada por aurículas y ventrículos.
El aroma de la rosa
es un río caudaloso de mantras,
que corre sobre las montañas.

El aroma de la rosa
tiene la densidad suficiente
para elevar por los aires
mi humanidad de antimateria.

Aves hay aquí y son pequeñas explosiones solares
y vuelan
sobre la llameante vegetación de los bosques.
Puedo cabalgar estas aves
o volar junto a ellas hasta las mismas entrañas
donde se crean los átomos de la vida.

Corceles hay por aquí,
y todos ellos trotan por los campos
con la libertad de la antimateria
aún no insuflada en los pulmones de las estrellas
ni en los de los humanos.

La vida es un atributo que nadie conoce.

Una flor hecha de nubes.

 

Una ráfaga de sonido
brotando de una lámpara encendida.
Mis ojos cerrados,
mis pulmones abiertos.
La densa noche entorno,
no negra,
no blanca,
sí azul violáceo.

En la oscuridad ilimitada,
la lámpara,
dibuja un camino subiendo la montaña.
En la cúspide,
lo que una garganta eruptiva musitó:
cada palabra petrificada,
un enhiesto castillo.
Dentro de los viejos muros,
en medio de todo,
una flor cuyos pétalos son fuego ardiente.

Sentado en un banco. En frente suyo, la plaza. Sus ojos simplemente miran, como todos los días. Para él, cada persona es un mundo de minutos y horas.

 
 
19.- AL OÍDO   20.- GUIÑO

Le di una mordida al tiempo,
tal como a una manzana,
y él rugió como fiera.
Volví a morderlo,
y lanzó un gorgorito de jilguero.
En la siguiente mordida,
lanzó un ladrido de can.
Y en seguida,
tras otra mordida,
dio un mayido de gato.
Cada vez que mi boca mordía,
el tiempo exhalaba
un sonido conocido,
cualquier sonido.

Un regalo en sus manos. La sabiduría regala flores, a hombres y mujeres, sin distinción.

 

Allá estaba él,
observándome mientras yo llegaba.
Mí música,
sonaba,
y sus ojos de águila
se adentraban en los míos,
hipnotizados.
Sus patas de león,
se detuvieron en frente mío
con su rigidez de guardián.
Me dejó ingresar
al submundo que él cuidaba,
sin pedirme el bocado de carne mía
que a otros sí pide.
No, no es el infierno
lo que él cuida,
es el paraíso.

En una calle. La semana pasada. Hay tantas vidas que caminan en dirección del albur. Algunas vidas simplemente sacan de sus bolsillos las monedas que tienen para pagar sus deudas.

 
 
21.- SAMSARA   22.- GOTA DE MAR

Viajan todos en mi vehículo,
soy los pies,
soy el río,
soy el tren,
soy la luna,
soy la Tierra,
soy el sol,
soy la galaxia,
soy el infinito.
Te entrego el libro de la retribución,
allí está tu nombre,
lo está de todos,
de la arena, de la ameba,
del semejante, de Dios.
Tienes una venda sobre los ojos,
yo no te la puedo quitar,
yo no te la puse,
fuiste tú.
En la balanza que tengo en la mano
puedes colocar si lo quieres
la venda de tus ojos.

Los molinos necesitan de vientos para volar. Abrir las alas esas del grano que sabe que dentro de sí está el árbol entero.

 

El sol en medio del mar,
rojo aún cuando sonríe un delfín.
Mis alas abiertas
son de la libertad absoluta,
las profundidades abiertas
con sus tentáculos negros
brillan como una perla a un lado del tiempo.
Es el único ojo de un molusco
que mira a través de la rendija de una sortija.
Todo el misterio de un verso alegre
está en una mano tuya,
allí la deposité.
Puedes pulverizar esa joya
y colocar estrellas en las olas del cielo
o simplemente dejarla bogar por el infinito
con una libertad absoluta.

Una flor, con toda su divinidad. Un color encendido como el día. Iban los pasos en una carretera donde el tiempo corría en cada coche en pos de un reloj.

 
 
23.- MONÓCULO   24.- ANTES DEL PUNTO

El cielo nunca está nublado,
suele nublarse cuando hay silencios que nadie oye,
o cuando los ruidos simplemente han roto todo/ tímpano.
La silla es el cansancio que nadie ve
pero que estando allí todos se ahogan
en los líquidos que nacen de sus propias bitácoras.
Hay raudales que lamen el óxido
de aquellas pinturas untadas en el cielo
y que gotean ladridos traillados.
¿Dos maneras para ver las cosas?
¿Lo tuyo?
¿Lo mío?

En una calle de esas donde un anciano descansa. En la puerta de su bohío, el día es una historia que se ha sentado a su lado y le he dicho en el oído que todo lo sabe de él. El anciano simplemente calla, pues es el mismo comentario que ha recibido de la noche.

 

Iba, yo, por la calle y allá, al frente,
los colores de la tarde
hacían parpadear los ojos
de aquel imponente individuo
de rostro ahora rubicundo.
Ese individuo, un edificio de piedra roja,
permanecía impasible mirando el río humano
que untaba sus pies descalzos y
se desviaba en la dirección que llevaba
al corazón de la literatura.
No, yo no era una persona de las que caminaban por/ allí,
era una diminuta abeja
dirigiéndose rauda hacia su colmenar;
y mis ocelos, todos,
reflejaban los tornasoles del mundo.

Una calle de la ciudad de Arequipa, cuando el sol ya se va.

 
 
25.- MÁCULA   26.- JAULA

Cuando la madre se ha ido
y cuando la hemos olvidado,
el camino se llena de cardos
y todas las buenas intenciones
se riegan en lo desolado.

¡Ah!, párvulo perenne que soy.
Cuando los fuegos de artificio
iluminan la senda,
por donde caminan
todos los dinamismos,
cuyos flancos resbalan en acantilados hondos.
Nada funciona,
todo esfuerzo mella al músculo joven
y la ancianidad viene con un crepúsculo anticipado.
Olvidarla no queremos,
pero la olvidamos,
y el corazón embotado
ya no clama su presencia,

confía en su propia ceguera.

Cuando olvidamos a la madre
olvidamos al padre,
olvidamos a la vida,
olvidamos al amor,
olvidamos nos.
A cargar el fardo de los días,
con nuestras entrañas en ellos
y los buitres devorándolos.
¡Madre mía, pedirte yo la vida una vez más!
¡Permitirme volver a tu vientre
para nacer maduro!

Dios madre es una lámpara. ¿Carente de sabiduría, alejaros de esa fuente de luz?

 

Un lugar junto al río Cocito,
que decidí visitar en un invierno muy lejano,
cuando aún las mariposas no tenían alas
ni los hombres dos pies.
Lo encontré un poco más allá del Aqueronte,
después de navegar,
sobre una simple hoja verde flotante.
Posé mis pies en esa tierra
que me recibió con un aullido de dolor,
gimió la ribera,
supuró el piso un mayor lamento
cuando empecé a dar los primeros pasos,
indefinible,
como una voz ya sin traducción en lo antiguo.
Seguí caminando
y cada paso mío dejaba una huella incinerante,
una mácula luminosa que encendía
todo el corazón de las sombras.
El castillo de Hades estaba al final
de la ruta de fuego mío,
en medio de los lamentos
que crecían por los flancos del camino
como árboles cuyos frutos quejumbrosos
caían por tierra como una expectoración.
Hades me abrió los brazos en cuanto me vio,
y me invitó a sus aposentos.
El viejo Cronos ya estaba aquí
discutiendo con Érebo
el tema del Jardín de las Espérides
y sobre quién debería ser su dueño.
En cuanto me vieron, Cronos y Érebo,
me entregaron a mí, arreglar su entuerto.
«¡Lanza una moneda al aire!» me dijeron.
¿Algo tan simple que ellos no pudieron hacer?
Saqué un círculo metálico de mi bolsillo
que destelló intensamente en ese ambiente lúgubre,
e hice lo que ellos querían.
La moneda, en el aire,
se hizo de alas y un cuerpo de caballo,
un noble bruto que solo a mí obedecía.
¿Quién de ellos se atrevía a cabalgarlo?
Nadie se decidió,
era mejor así
en su mundo lo lógico es así.

Un portal en un lugarcito tan escondido en la simpleza de la calle.

 
 
27.- HILANDO   28.- ALLÁ AFUERA

Un instante en las manos de Cloto,
cuando la espiral de la vida
es escrita en la carne humana.
El buril de fuego quema la piel
y la propia sangre bulle como el metal derramado
en el molde de los días.
¿Alegrías? ¡Qué va!, las más hay que añadirlas
en la memoria de la sangre.
¿Tristezas? ¡Qué va!, las menos es menester
tenerlas también en la roja sangre.
Arde la piel,
llueven estrellas fugaces en el cielo,
la tierra tiembla espantada,
y el agua es tan dúctil como la sed.
¿Amor? Es menester tenerlo todo,
sentirlo todo,
entregarlo todo.
¿Desamor? Es necesario excluirlo por siempre,
sentirlo jamás,
entregarlo jamás.
Humea la carne,
el cielo es una congestión de bolas luminosas que/ chocan,
el sol lanza sus rayos álgidos,
y la luna entra a sus propios infiernos.
¿Riquezas? Abundantes las quiero,
aquellas que llenan el alma,
mía y el de los demás.
¿Pobrezas? Eximanmé,
son onerosas cargas que a los lomos cansa,
y dan mares de lágrimas para navegar.
El incandescente cincel,
en esas manos,
raería con la misma facilidad
la roca más dura.

¡Abre las manos y las veras!
¡Yo no tengo canicas!
Mmm, es imprescindible conocer la naturaleza de cada dolor para hacerla desaparecer.
A la inmunidad que ha llegado a aquella mano cuando ha convertido a cada canica en una simple burbuja que luego ha explotado.
Un estímulo apropiado del entorno y es suficiente para hacer vibrar a alguna o varias de las canicas a la vez.
Tantas otras canicas en la misma mano. Muchas son pero una mano las puede contener sobradamente. Cada una es un dolor.
Una canica de ira en las manos.
Una canica de orgullo en las manos.
Una canica de miedo en las manos.

 

Un parpadeo
para mirar dentro nuestro.
Un fútil instante
que sumado a otras insignificantes introversiones,
pueden darnos milenios de corazonadas.
En el entorno de la vida,
donde las sombras pesan
como cada piedra que el viento
ha golpeado contra nuestros ojos
y con las lágrimas han resbalado
hasta el tártaro.
A esa piedra la buscamos,
la tocamos,
la olemos,
la gustamos,
así la tallamos.
La dura roca,
tiene que convertirse en brillante.

Un magnífico conjunto de construcciones, hechas íntegramente de piedra tallada, de una época virreinal. Millones de golpes de maza y cincel se han utilizado para dar forma a esta obra arquitectónica, la imaginación goza, con estos y otros detalles, invertidos en su edificación.

 
 
29.- COLINA   30.- NIÑOS

Una ruma de palabras escritas
es una montaña enhiesta en la distancia.
Me gustan las montañas,
es cada otero para ver más allá de lo evidente;
es simple texto acumulado,
uno sobre otro,
hasta el cielo.
Tantas cosas dichas por los labios,
tantos expresiones corporales,
tantas miradas traducidas;
toda historia convertida en texto.
Palabras fosilizadas por el tiempo,
huesos con viejas consejas,
aún suenan con el lenguaje
de una novela.
Libros desmenuzados,
fragmentos petrificados,
códices rotos,
jeroglifos pulverizados.
Materia prima;
sales minerales
para nutrir nuevos libros.

Esa escalera subiendo, lleva, en la lejanía, hasta un mundo con tres lunas... Verde, ámbar y carmín.

 

Un destello en la yema de mis dedos,
traen la magia.

Es mi voz cálida
como llamarada de fuego
acariciando a un escarabajo
que corretea bajo una seta.
Es el llamado que
hace rotar las miriadas
de destellos del cielo
durante la noche
para posarlas en mis manos.
Sobre todo,
son las manos
que acarician
la piel del tiempo
para domesticarla.

Un primer cumpleaños. Las burbujas que el viento, en su remolino, hacía rotar por la habitación, aún no han reventado del todo. Alguna última brisa las mueve plácidamente, entre el recuerdo de los gritos de alegría de sus amiguitos que aún vendrán.

 
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