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BURÓ DE POEMA |
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EMPERO |
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1.- TRONCOS |
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2.- SILLAS |
Con una maza en la mano
he golpeado la montaña.
El cincel de mi otra mano
se ha estremecido
con el crujido lloroso de la piedra.
«¡Ay!», ha gritado esta, diciéndome,
«¿De dónde te sale tal fuerza castigadora?
¡Tenme compasión!»
¿Cómo responderle a la tosca roca,
que su dolor es mi redención?
«¡Soy un semejante tuyo!», chilla de nuevo la inerte.
«¡No hagas conmigo,
lo que no quieres que hagan contigo!»
¿Cómo decirle a la erosionada masa,
cuya frialdad es la del mismo hielo de siempre,
que si no la golpeo
yo no sabré quién soy?
«¡Ay, muero!», me dice ahora la muy sensible petrea
salpicando la flema
que antaño medraba en las entrañas del mundo.
«¡No tengo remedio!»
Y yo comulgo un susurro,
tan quedito que quiere decir:
«Tú mueres y ¡ay!, yo también.
¡Qué vida la nuestra!» |
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Me preguntas, «¿Qué llevas allí en las espaldas?»
No, no sé qué responderte,
pero apurando una respuesta azarosa
te digo, «Llevo todo el peso del día,
¡la única moneda que tengo!»
Luego dices y preguntas, «Eso es poco,
¡eso cabe en mi bolsillo!
¿Cuánto más de eso hay en tu casa?
¿Dejaste allá, acaso, el peso de un siglo?»
Y ahora callo, sin respuesta.
Pero tú no te contentas con mi silencio
y suspiro diciéndote casi en grito, «Nada dejé allí,
¡nada más tengo!».
Allá adelante el camino es largo
no hay reloj que la recorra
y el tic tac de mis pasos me inspira un comentario,
tan silencioso que bien puedes oír:
«¡Tú eres lo que yo cargo!
¡Tú eres la única moneda que yo tengo!»
Nada espero. Un camino para cada persona. En una metrópoli, en una aldea. Una calle asfaltada no es diferente a una calle de tierra, ambas conducen a algún lugar. La carga que lleva, una persona dentro de sí, será la misma en el camino que escoja. El tren de la vida siempre circula, algunas personas se suben en ella y otras se apean, todos caminan en esa dirección... la dirección del tiempo. ¿Habrá alguien que eluda esta regla? |
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3.- NACARADA |
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4.- JUNTO AL RÍO |
Tengo una moneda en la mano
y la observo cuando destella una sonrisa suya.
«¡Hola!», me dice.
No le respondo,
la observo sorprendido,
ni siquiera la he oído.
«¿Hola?», me llama con la misma sonrisa.
Toda la calma del mundo
se ha desvanecido de entre mío
y toda inocencia de pequeño mamífero
ha venido para cabalgar sobre mis hombros.
Ya la moneda suena como el metal
que tintinea cuando es golpeada
por una sonrisa recíproca.
El rostro de Atenea en el anverso
forjado en una fragua olímpica
dice con un antiguo texto
que los dioses se pagaban con esa moneda. |
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Una piedra flota sobre el agua,
y sus raíces llegan hasta el légamo
como una neurona hurgando sus ideas.
Allá,
en ella,
en la piedra,
se posan unos pies descalzos.
Humano aquel que usa esa roca
para ensimismarse,
para mirarse en el flujo líquido,
que en realidad es un torrente verbal
que viene de la garganta
de un orador permanente.
Es cruel ese espejo
cuando te señala con el dedo de un niño,
pidiendo el aliño y diciéndote:
«¡No le pidas al tiempo la edad
ni a las sombras las arrugas!
¡Dile que eres un ave
que se ha posado en la dura roca
tan solo para ver un rostro humano!» |
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5.- ANTÍTESIS |
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6.- LO PROPIO |
En el techo hay un agujero.
Hoy llueve,
y por ese agujero
se filtran las letras que las nubes
han dejado caer caudalosamente, de sí.
Una tinaja recoge ese goteo
y llenándose,
derrama su contenido
por la amplia garganta
esculpida en su costado.
Los copiosos versos que brotan de estos labios,
sin medida,
es el chorro de una pileta improvisada
convertido en grito.
Allá afuera,
la sopa de letras,
caída del cielo,
sin límites,
unta toda la existencia.
Además,
unos relámpago esporádicos,
musitan versos mayores que
untan toda cordura.
—¿Quo vadis?
—Romam vado iterum crucifigi.
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Ayer ha caído con toda su densidad
en la historia de hoy.
Como una pesada piedra
se ha hundido hasta lo remoto
del futuro;
así puedo leerlo
en lo hondo del libro abierto.
Mácula o virtud
estáis allí entre los versos
que musitaban aquellos labios
que aún silabean en el silencio,
diciendo:
—¡La moneda mía, que te di,
para comprar tu vida,
aún brilla cuando el sol relumbra!
La moneda esa,
algún viento podrá llevarla en sus alas
para depositarla en algún bolsillo.
Algo olvidó el acuñador,
en esa moneda,
una leyenda que cualquiera
puede colocar como suya.
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7.- GOTA DE MAR |
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8.- LUZ NEGRA |
Es inmensa una mirada
que se adentra en la intimidad propia.
Las estrellas todas
aureoladas por la voluntad
de aquella calma que dio principio
al azul del cielo y al salino mar,
exulta esa comunión.
Tus ojos abiertos son mil,
diría que mucho más,
como el infinito
abierto en ambas palmas tuyas.
«¡Esto es el paraíso!», dices.
No, te equivocas,
es lo opuesto y tienes que devanarlo
con tus manos de Moira.
Saber lo que tienes allí en la inmensidad del tú,
es acercarlo a la pequeñez del momento
y tomarlo o dejarlo será lo mismo
que nunca verlo.
Si ya decidiste y no perdiste
es porque atinaste.
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De noche cuando los sueños duermen
y las pesadillas están despiertas,
el almanaque,
con el aspecto de árbol viejo y decrépito,
toma una moneda
que alguien tiró en sus trueques
y perdió entre la yerba.
El viejo hueco
que en algún momento ocupó una rama
y que hoy es un ojo de cíclope,
brilla con un contento de carcajada,
sin dientes en su risa,
por su hallazgo.
La moneda,
aquella inventada por alguien que harto usó
es lanzada al aire
y al caer de la ramosa mano,
de nuevo al piso,
dicta una sentencia.
«Dímelo, ¡por favor!», gime la tortura propia,
«¿Cuál sentencia?»
Los barrotes suyos aúllan
y sus hedores son del propio miedo.
El viejo árbol al no ver la numismática,
pues esta cayó donde su único ojo no puede ver
oyé una réplica de entre las hojas secas del piso:
« ¡Ya la gasté! ¡Compré mi propio pan!» |
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9.- ESPEJO |
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10.- TÚNEL |
Abres el libro y lees el título,
¿es posible?, tiene tu nombre.
El prólogo, como el cielo en epígrafe
con letras de oro,
habla de la juventud permanente.
La ventana del alma,
los ojos abiertos en toda la extensión de la vida
son un mundo y el camino para recorrerlo
empieza en los capítulos
abiertos del almanaque.
Camino hay cubierto
con el terciopelo susurrante de la música
que naciendo en un planeta lejano
habla de la vida que alberga
en sus mares y en su tierra y en su cielo.
El corazón es una nave
y su fragancia onírica recorre los abismos
de la peligrosa razón
para adentrarse en esa vida,
pletórica de transformación.
No hay noche aquí,
tampoco hubo día alguno;
la permanencia de la voluntad
aquí ha tomado una semilla
que no nació y que tampoco morirá.
Mirándose en su propio espejo,
la vida sabe que es perpetua
y esa sencillez lo saben los niños,
como lo sabe todo cachorro
desde el mineral.
¿Quién esculpió tu vida?
el epílogo es veraz y dice:
«¡Nadie más que tú!»
Los primeros rayos de la aurora empedran un camino que hoy tengo que recorrer. Rauda es mi marcha como aquella centella lanzada desde una nube negra.
La pradera aún huele a humo de cada estrella encendida y sus cenizas metálicas aún están calientes.
El juez del infinito cabalga sobre leones.
Sin duda... el juez de su propio infinito se llega hasta un viejo portón.
Chirrían las bisagras del tiempo. Las bases de la existencia se conmueven cuando los leones atraviesan el dintel de lo poco o nada explorado.
¿Es posible?, esto nada explorado, es la mente.
¿En qué otro lugar se puede tomar la mente entre las manos? Palparla, hurgarla..., leerla en sumo.
Espera un momento. Aún no he dicho que esa mente no es mía, ella tiene su libre albedrío, sus propios dramas, su propia vida, es autónoma.
¿Lo ves? He tomado una espada y ella ha cogido la suya para defenderse.
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Tengo en las manos una palabra
y la he amasado con la fuerza de la rebeldía
siendo aquella todo fuego,
que consumiría otra mano que no sea honesta.
Encontré esa palabra,
nonata aún,
por aquellos rumbos,
nocturnos siempre;
donde la piedra líquida es vaciada en los moldes
donde se hacen humanos;
y que la argucia manida ha colocado
entre un paisaje de figuras dantescas.
Allá dentro de las sombras,
he visto a esos humanos,
que inánimes esperaban su turno para nacer,
por una gota de veracidad
que les entregue vida;
y la tristeza ya no cunde en sus rostros
que han perdido toda esperanza
porque la ecuación de la vida
se nutre de números reales,
y ellos no la tienen.
Una gota de amor hay allí,
a lo lejos,
donde se ve una luz;
pero los pies lerdos en asaz tullidos por siempre
esperan que les llegue esa cordura
en vez de ponerse a caminar para alcanzarla,
aunque sea con pseudópodos.
¡Oh, tú, que caminaste hasta esa puerta
donde la calma del amor establece
una jerarquía de connubio!
¿Tienes un poco del aderezo que necesito
en mi mesa de insomnio?
«¡Las sombras que rodean el azar
no son gratuitas!», les gritas a aquellas dolorosas,
«¡Nunca fueron gratuitas!
¡pagaste por ellas un dineral equivocado
y te has endeudado!»
Empero,
alguna silueta apartándose de la costra negra
de los pesares,
rompiéndose los tendones pétreos de la inercia
camina hacia la luz.
¡Aleluya!
Soy Gilgamesh, amigo de Enkidu. Viajo por el mundo, con Enkidu, buscando a Utnapishtim.
Soy el señor del reino de Uruk.
En la ciudad amurallada de Uruk, está mi palacio.
Utnapishtim conoce la inmortalidad, es inmortal. Y yo también conozco su secreto.
Ishtar me dio la inmortalidad, en su palacio.
El toro del cielo me teme, lo mismo que todo animal salvaje.
Combatí a la gran serpiente. Y luego de haberle quitado todo su aliento vital, en osados combates, me comí su corazón.
El escriba, al que dicté este texto, ya es muy anciano y sus apuntes cuneiformes aún persisten en los ladrillos horneados de las bibliotecas.
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11.- ¿LO TENGO? |
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12.- PAPILA |
El charco ese,
donde todas las mañanas veo mi rostro,
cuelga del cielo como una lluvia.
Cualquier tempestad mueve su superficie
y sus orillas suelen recibir grandes olas
que van a estrellarse contra el mundo.
Algunas veces su cielo estrellado
permanece quieto,
con el silencio que invita
a navegar por sus enigmas abiertos
como un libro con las hojas aún colgando
de los árboles que nunca serán talados.
¿Quién soy? y el charco me lo dice:
—La simpleza esa semejante al ruido
de una gota de agua cuando cae sobre una idea
que yace bajo la tierra seca.
¿Eso soy?
—No. Eres el ruido
que yace bajo la tierra seca.
El charco ese ha hablado,
pero solo ha visto mis mohines evidentes
más no ha sentido mis épicos pálpitos.
El agua estancada suele guardar
una vida lúgubre,
rebosar de fantasmas
y de payasos que una mano unta
sobre una roca paleolítica.
—¿Alguna pregunta más?
Ninguna más,
sé que tu siguiente respuesta será más corta,
más directa,
y porque creo que soy la tierra seca
donde se asienta el charco ese. |
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Una ventana abierta
en el parpadeante ojo de la catedral de los dichos.
Por ella entra una luz
y caminando sobre un empedrado añejo
se llega hasta un piano
que descansa sentado plácidamente
sobre una gran silla
que no es de madera.
Una tecla del piano,
con el color de unos fémures empolvados,
destella un «¡Hola!» desleído.
Golpeó allí la mano de la luz
y de los negros rincones vienen alas carbonizadas
de manuscritos que cantan
una primavera guardada en pomos
de aceites aromáticos.
Sonríen las teclas en una boca infantil,
como en un concierto de pétalos blancos
flotando en los aires
como plumas de un ave
que en vez de alas tiene raíces.
Un diminuto artrópodo, un díptero, un ciudadano de las urbes verdes, sean estas arbóreas, arbustivas o herbáceas, se ha posado en los sacos polínicos de una flor de cantuta, de esos arbustos paleomoniaceos que abundan en la serranía de sudamérica. El diminuto ser se ha llegado hasta aquella gloriosa formación que la vida ha colocado allí para una diversidad de funciones, gracias a un llamado genético, y los ganchillos de sus extremidades se han empapado de esa microscópicas bolas generatrices que junto con el viento de sus alas llevará a otro arbusto, tal vez, muy lejano. |
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13.- ¡AY! |
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14.- CEGUERA |
Camino,
simplemente yo camino
y la senda ciega ha abierto en el miedo
una insondable distancia
que llega a ninguna parte.
Un ayo me dijo:
—¡Cuida tus ojos! No tienen remplazo.
Lo inerme del concepto
tenía en el momento
la realidad de lo imposible
y sonaba tan intenso como una campana de catedral,
pero la indiferencia vigorosa
masticaba al tiempo como a un pétalo de miel.
—¡No olvides tus ojos! ¡No hay otra luz!
¡Que va! el pavimento visible
se extendía hasta el infinito
y cada piedra suya irradiaba el calor de la seguridad,
el pan de todos los días.
—¡La luz!...
No lo quice oír.
No más lo oí,
y ese sonido explotó en mis ojos,
sus esquirlas ludibriosas rompieron los colores
que por allí llegaban al alma
y ahora tengo las cuencas muertas.
Los rezos aquellos que me alimentaban
ya no vienen
y su calor no encuentra el cause de ayer.
Panaceas hay a montones
y todas sus lenguas
lamen mi piel marchita
que ya no siente el horror de la vida.
Lágrimas vienen
de aquellos ojos que miraban la dicha
de aquel esqueleto.
En una ciudad cualquiera, en una calle que no es mía, en una calle que es de todos. Por allí por donde los vehículos que transportan cerebros y corazones, van en las direcciones de todos los días. Los motores cascan las nueces del ruido y las tiran en medio de la calle.
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La senda esa de la equivocación absoluta
se ha abierto en medio de las cosas
que se dicen y no se hacen.
Allá van los pies resueltos
para llegarse al corazón de los temores,
donde la máscara de la enfermedad
cubre todo rostro.
Gime el viento con el dolor absoluto
en la boca de cada rostro petrificado
por el tiempo
y que aún aúlla algún recuerdo
que pudo ser bueno.
Las apariencias dicen lo que no es
y en todo el trayecto,
la equivocación crece sobre raíces evidentes,
en el camino que debe ser recorrido
para confirmar lo obvio.
El corazón de los temores
es un edificio colocado en la nada
cuya negrura está resguardada por gárgolas
que gritan:
«¡Alejáos! ¡Quién entra por esta puerta, no sale!»
El atrevido no teme
y atravesando el dintel del dolor ajeno
se llega hasta una fuente en medio de un patio
rodeado de rocas que en un tiempo pasado fueron humanos.
Gime la fuente preguntando:
«¿Quién eres?»
El osado no responde
más bien mira su rostro en el agua
y allá ve un tétrico mohín partiendo de si mismo.
Aúlla la fuente respondiendo no por sí:
«¡Es lo que eres!»
El audaz no se inmuta
por lo que ahora sabe que tiene,
más bien se reta a sí mismo,
y la fuente le envía el esperpento de sí mismo
con cuerpo y alma.
Espadas cogen ambos,
osado y esperpento,
y el filoso metal decide en la mano del diestro.
Una noche cualquiera en un lugar de esos donde los vapores de algunos pomos conteniendo líquidos quemantes se vaporiza en los gargueros.
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15.- COLOR Y SOMBRA |
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16.- FUENTE |
Vida lo es todo,
y está ahí respirando
tan igual que un verso recién escrito;
a todos les interesa aunque no la vean.
Se levanta al alba
y abre las manos de la linfa
aunque esta sea roja como el fuego
o negra como el misterio.
Aires tiene en las manos cuando escribe
y deja que sus aves vuelen
como las mismas saetillas del tiempo
en las alforjas de Cúpido.
—¿Alguien me oye?—, grita una voz.
—¿Y quién no?—, replica otra voz.
En las entrañas de un coliseo. Cuando los Sikuris estremecían lo inerte hasta sus cimientos. Las ondas de choque de cada zampoña golpeaban los cuerpos vivos y modificaban sus cristales celulares sublimándolos en corazonadas.
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El mismo camino
por donde escurre la tinta impresa.
La historia humana escrita en el sonido,
con la rueca de los destinos
hilando eternidades.
La simple roca arrastrada
por la corriente de las horas,
la roca que será tomada por manos infantiles
y convertida en papel.
«¿Hablas?», te preguntan.
«¡Sí!», respondes.
La palabra crea.
Los pies danzan mientras el viento suena por la boca de los hombres.
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17.- ROSTRO |
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18.- OJOS |
Garabateo mi rostro
con lápices de color.
Mi rostro
el que dibujé en una hoja de papel,
el que tengo cuando todos se han ido.
Te pregunto: «Poniéndote en frente mío, ¿qué ves?»
Respondes: «Los oleos
con los que enlodaste tus dedos
y a manotazos llenaste
de risas en el lienzo».
El látigo suena en tus manos. Chasca... en la desnuda espalda del aire. |
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Mirando el cielo cuando puedes volar
y sumergirte en su densidad absoluta.
¿Alas no tienes?
Debes de saber que las alas
son el agua del vaso que bebes,
no es la raíz de la planta que
ha colocado puntos titilantes en el infinito.
«¿No ves?», dices, «aún es de noche
y mi mirada esta dormida».
Una calle de una ciudad cualquiera. Una noche de esas cuando unas sonrisas sentadas en una banca platicaban sobre un libro de poemas. |
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19.- MINUTO |
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20.- TRUENO |
Sí, me he apeado de mi banca
para caminar un poco
por una vereda de tu mirada.
Un paso le sigue a otro
y yo sigo a estos pasos
por donde van,
alejándose,
hundiéndose en la distancia.
«¿Qué hora es?», preguntas.
«Un momento antes de tu pregunta», te responde el reloj.
La banca,
mi asiento,
relincha
y trotando sigue mis pasos.
Un domingo cuando el barro ya había cuajado en el molde de pequeños animales y había personas que apacentaban estos rebaños en sus dehesas.
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El viento es la cuerda
tensada entre dos montañas.
Cuelgan de ella los cantos de las aves,
los toquidos de madera de los árboles,
el gruñido de los rápidos de los ríos,
la ropa húmeda de las nubes,
y las palabras de mucha gente.
Tiro de esta cuerda con un dedo,
y todos los cantos,
los toquidos,
los gruñidos,
la humedad,
y las palabras,
saltan de ella,
caen.
«¡Qué lluvia!», susurra alguien para sí
colocándose un paraguas.
Encontré esta delicadeza, en un rincón anónimo. Estaba sentada susurrando una melodía rural de la vieja Europa.
Le pregunté: «¿Cómo te llamas?»
Me respondió: «Steampunk, para servirte. Pero por hoy, llámame Suspiro». |
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21.- SEMÁFORO |
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22.- AVE |
En el plenilunio,
los ojos de la noche
estan despiertos.
Toda historia,
a esa hora,
es el sueño que vendrá
en las horas de más tarde,
cuando no hayan tinieblas.
Alguna vida permanece muerta,
pulverizada,
mirándose en un espejo
donde no hay nada,
a la que preguntas:
«Dime, tú, ¿qué miras en tú mano?»
Te responde:
«Veo,
el camino tuyo que no recorres,
la playa que no disfrutas,
la comida que no te nutre,
el perdón que no te das,
la palabra de amor que no dejas volar».
«¿Quién eres?»
«¡Soy la que dibujó líneas en tú mano!»
Hay vehículos que llevan el corazón de las personas. Son las sillas del descanso. Surcan carreteras veloces, arrastradas por centauros.
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Golpeo esa puerta,
es temprano y aún no abre.
Me pongo a esperar.
Sobre una silla en la puerta,
hay un libro.
¿Leerlo? No, ¡que va!,
tomándolo en las manos,
converso con él.
Me pregunta:
«¿El cielo es azul?»
Le respondo:
«Azul no es.
Es el cuerpo de la Filosofía».
Me dice:
«En algún lugar lo tengo escrito.
Es una gota de paz».
Le pregunto:
«¿Lo viste sonreír?»
Me responde:
«¡Claro que sí!
¡El cielo sonríe!
¡Ese verso también lo tengo escrito,
en el capítulo de los misterios!»
Le pregunto:
«¿Misterios?»
Me responde:
«Cuando lo sepas, no lo serán».
Cuando la danza usaba atuendo rustico. La música caminaba en cada color de las cosas en movimiento, era el péndulo que movía cada mirada. Había nidos en cada rama de los minutos de las que tomaban vuelo colibríes.
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23.- EPITELIO |
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24.- TEJADO |
Ha sonado un gong en la inmensidad de la vida.
Cabalgo una gota de luz,
dentro de una neurona;
raudo es mi viaje.
He domado a la arisca luz
para llevarla en la dirección
opuesta a donde todas las gotas de luz van;
sus puertos conocidos me los sé de memoria,
y no me convencen.
Ha sonado un segundo gong en la inmensidad de la vida.
«¿Hacia dónde, señorita?», pregunto.
«¡Al lugar de siempre, joven!», me responde.
Ha sonado un tercer gong en la inmensidad de la vida.
Tres relojes rotando en la misma dirección.
Muchos relojes, rotando en todas las demás direcciones.
«¡Los míos van en la dirección de la música;
y hay que ver cómo galopan!»
Cuando el viento pasa, lleva una larga estela. El viento es de hoy, y su estela aún transcurre por los días pasados.
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Una pluma,
suelta,
rodando por la carretera del viento.
Es el rugido del teclado,
viajando a la velocidad del azul...
«¿A la velocidad del azul?», preguntas.
«¡Sí, a la velocidad del azul!», respondo.
«¿Y qué es la velocidad del azul?», preguntas.
«¡No lo sé! ¡Lo sabes tú!», respondo.
Dos plumas,
sueltas,
rodando por la carretera del viento.
Es el fragor de la zampoña
viajando a la velocidad del blanco...
«¿A la velocidad del blanco?», preguntas.
«¡Sí, a la velocidad del blanco!», respondo.
«¿Y qué es la velocidad del blanco?», preguntas.
«¡No lo sé! ¡Lo sabes tú!«, respondo.
Una pluma,
dos plumas,
de una misma ave.
El viento suena así.
Hay sonidos tan delicados que opacan a los ruidosos... Y hay sonidos que van por los audífonos.
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25.- CUBIL |
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26.- NIDO |
La música densa de la noche
es el piso donde caminan algunas ideas;
rápidas estas,
son fieras.
Todo ojo es una luciérnaga volando
sobre la espesura negra.
Y los ojos de las fieras
hipnotizan,
inquieren,
corren,
saltan,
trepan,
nadan,
rugen.
«Su aspecto...,
¿cuál es el aspecto de las fieras?»
No preguntes,
simplemente espera
que surja una luz que las alumbre,
y ¡atérrate!
Por ahora afina el oído,
ausculta el miedo de las sombras,
oye a las fauces y sus respiraciones rápidas,
a las patas tronchando la yerba reciente de la noche.
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El fruto cuelga del árbol
y todo el calor de su corazón
es la historia que aún no ha contado.
«¡Eh ahí, el libro que nadie ha leído!»
No hay eclosión sin gestación,
pero cuando se avecina,
todas las tormentas del mundo
se reúnen para acunar.
Entonces el fuego y el hielo se juntan
sobre la mufla para licuar el aire respirable,
y convertirlo en amnios.
El destello recién nacido,
insuflará cada mirada
dirigida hacia los abismos de la nada
que en teoría lo es todo.
¡Ah, que vida tan complicada!
«¡Te ruego que no lo veas así!»
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27.- LO DICES |
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28.- BARROTES |
Tu voz suena allí,
es el murmullo del polen cuando
resquebraja su piel
y saca de dentro de sí una mano
para sostenerse de las sombras
absolutas del gineceo.
Allí adentro,
la clepsidra derrama sus horas
y todo su tiempo en unos simples versos
que el eco de su tic tac cristaliza la fructuosa
en las entrañas del futuro paladar.
El oído con su lengua
lame todo sonido
y sus papilas empapadas de texto
se convierten en mariposas.
que luego de volar
se posan sobre los pétalos
de la neuronas abiertas en el jardín.
«¡Tu voz... es un libro!»
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Caminando por ahí,
por las entrañas de Hypnos,
el largo camino donde cada quejido humano
se ha convertido en dura piedra,
y cada temor en un líquido tan denso
como el mismo dolor.
Este manantial
rodeado de aquellas piedras
es perenne,
desde que Caronte lo convirtió en lago
y el suspiro de la vida allí se consume.
¿Conocéis el Hades?
allí donde cada rincón tiene guardado
un espejo tuyo con tu imagen?
Thanatos se mira en esas imágenes
y Caronte las traslada a lo hondo del quejido.
«¡La moneda! ¿Dónde tenéis la moneda
para comprar tus imágenes?»
Dios, ¿dices que lo perdiste?
«¡Ay!»
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29.- ALAS |
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30.- INMENSIDAD |
—¡Hola!—, le saludé a un amigo.
— ¡Hola!—, me respondió.
—¿Cómo estás?—, le pregunté.
—Muy bien. Y tú.
—Yo también estoy bien.
En este punto los cantores cantaron.
Me volví a mi amigo
y mirándole le volví a preguntar:
—Y ¿qué tal?
Él consideró que le pedía una opinión
sobre aquel grupo
de jóvenes cantores de gorros rojos.
Y me respondió:
—¡Buena, amigo! Siento una honda paz
cuando escucho lo que cantan.
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Qué pequeño es lo grande
metido dentro de un grano de arena.
Una habitación que alguien abre
para sacar de su interior
manzanas que suenan,
manzanas que los oídos muerden.
Frutas que en su árbol
fueron huevos de aves
y eclosionando volaron
por los cielos.
«¿Muerdes este fruto?
Yo lo hago.»
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31.- AQUÍ Y ALLÁ |
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32.- DEVENIR |
El sustento de la raíz
ha sobrepasado su límite.
El sustento del tallo
está empezando a hundirse bajo el agua.
El sustento de la flor
aún no está en su tiempo.
La inmensa gota,
que el cielo ha dejado caer,
ha roto toda superficie.
Son los caballos que sueltos
raen toda superficie con el arado
y arrastran la tierra
en espesos revoltijos
de cuerpos humanos.
La tierra no es más que un río
de gritos atmosféricos
rugiendo un tremor
de mariposas estomacales.
La dura roca ha temblado
y sus pies trémulos
se sienten empujados a dar saltos
montaña abajo.
Era un barco
acoderado en un puerto permanente
y ahora,
rotas sus amarras,
está a merced de la tormenta
que la orilla contra riscos destructores.
«¡Grita! ¡Grita!», se dice la pétrea.
Grita la erosionada,
mientras se va hundiendo
en la mar turbia muy suya
que no conoce.
Llovía, y había pies caminando sobre el pavimento mojado. Llovía, y había pies descansando bajo los aleros. Llovía, y algunas miradas enfocaban el levante. Llovía, y otras miradas enfocaban el poniente. Llovía y también había miradas que preferían ver el sol tras las nubes.
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El tiempo lisonjea
llegando hasta la puerta de tu cubil;
golpea la aldaba;
y espera un momento nervioso.
Abres la puerta,
y observas su rostro de mozalbete.
Te mira un momento
y te pregunta si puede dejar el recado
que trae de muy lejos.
Le dices, que sí.
Te entrega una centuria de hojas de papel,
diciéndote
que tienes que escribir una historia
en cada una de ellas,
una historia escueta,
precisa,
inmensa,
emocionante,
relevante,
y mágica.
Lo piensas un momento,
y como uno de esos inmenso árboles del Carbonífero,
cuyo follaje sobrepasa las nubes,
y cuyas raíces llegan hasta el centro de la tierra,
con una miríada intensa de polen coloreado,
escribes simplemente,
Génesis en la primera página
y Apocalipsis en la última.
El mozalbete del tiempo,
aún nervioso,
te pregunta
si puedes escribir otra cosa a cambio,
y respondes: «El Poema de Gilgamesh».
Una centuria de vida. Las noches bien dormidas, las nutritivas comidas, las lecturas emotivas, las caminatas diarias por la ciudad, el aseo permanente, los pensamientos positivos, son los mayores placeres.
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Reservados todos los derechos.
Copyright © Raúl Huayna |
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